sábado, 30 de noviembre de 2013

Anna Karenina (2012): amor tras bambalinas

Por Marta Argota


"No tengo paz que dar. 
No puede haber paz para nosotros... 
Sólo miseria o la felicidad más grande"
                                                               Anna Karenina



Está claro que Joe Wright no se rinde ante nada al decidir llevar otra de las grandes obras de la literatura clásica al cine. El director de Orgullo y Prejuicio (2005) y Expiación (2007) sigue apostando por explorar la capacidad de amar del ser humano, pero esta vez con la Rusia imperial como telón de fondo, en la nueva adaptación de la novela homónima de León Tolstói, Anna Karenina. La historia tiene lugar en el año 1874 y muestra las relaciones entre los miembros de la alta sociedad rusa donde Anna, esposa del importante funcionario Karenin, decide abandonar a este y a su hijo para seguir a su amante, el joven y apuesto oficial Vronski.
Son varias las adaptaciones de esta épica historia de amor las que se han llevado al teatro, la televisión o la gran pantalla, pero sin lugar a dudas la de Wright es la más atrevida de todas al contar con el dramaturgo y guionista Tom Stoppard (ganador del Oscar por Shakespeare in Love) para lograr dar ese toque de posmodernidad a la película. Y es que en esta ocasión, el director elige presentar la historia como si de una obra de teatro se tratase, a pesar de que esa ruptura con lo convencional pueda convertirse en un arma de doble filo al desviar la atención del espectador lejos del foco principal de la trama: la lucha por el amor verdadero.
Se impone, por lo tanto, la increíble textura fotográfica de Seamus McGarvey y el virtuosismo con el que se nos muestra el paso de una escena a otra, entre bambalinas, a través de una coreografía impoluta y delicada, que fluye sin más, encadenando las distintas tramas y personajes y manteniendo la continuidad a pesar de saltar constantemente de un escenario a otro. Todo ello gracias a los arriesgados planos y movimientos de cámara editados a través del montaje en paralelo que realiza Melanie Ann Oliver contraponiendo las dos historias de amor presentes en el film, pasando del teatro, las sombras, la infidelidad, la tragedia y la falsedad que rodean a Anna, a la vida rural, sencilla, libre y sincera de Levin.

Para el film, Wright vuelve a confiar en su musa, Keira Knightley, para defender el papel de la protagonista que ya encarnaron actrices de la talla de Greta Garbo, Vivien Leigh, Jacqueline Bisset y Sophie Marceau.
La Anna que interpreta Knightley es, en ocasiones, menos pasional y cálida que la que Tolstoi describía en su novela, aún así su finura, sus elegantes movimientos, su versatilidad y la expresividad de su mirada están a la altura de la trágica heroína del siglo XIX. Por el contrario AaronTaylor-Johnson no es, ni de lejos, el apuesto y seductor Conde Vronski que imaginábamos. Al actor de Kick Ass y Albert Nobbs le queda grande un papel que años atrás hubiera podido representar perfectamente el atractivo, pero aquí avejentado Jude Law (Alexei Karenin, esposo de Anna), de una manera más convincente. Matthew Macfadyen (Los pilares de la tierra, Orgullo y prejuicio), otro de los habituales del director, se come la pantalla en la piel de Oblonsky, el hermano de la protagonista, al igual que Alicia Vikander (Kitty) y Domhnall Gleesson (Levin) que logran hacerse con el espectador, poco a poco, dejando a un lado la trama principal imponiéndose sobre los protagonistas al interpretar, con mayor sentimiento, algunas de las escenas más memorables del film.
Además, cabe decir que la interpretación de los actores está bien sustentada por el precioso vestuario de Jacqueline Durran (ganadora del Oscar 2013 por dicha película), que cautiva y embellece los vaporosos movimientos de los actores, sobre todo en las escenas de baile. Digna de ver es la elaborada coreografía de la danza entre Anna y Vronski acompañada por la música del compositor italiano, incondicional de Wright, Dario Marianelli (ganador del Oscar en 2007 por la hipnótica banda sonora de Expiación) que sabe expresar, durante toda la película, el ambiente sofisticado que rodea a la sociedad rusa de bailes, teatros y óperas.
Este film hará, en definitiva, las delicias de aquellos que esperen ver una adaptación libre, renovada y mágica de las pasiones humanas a través de un teatro decadente; un regalo para los sentidos, no así para los más clasistas que prefieran huir del riesgo y del poder visual, a favor de las líneas del propio Tolstoi.


                                                      

                                                                                                             
                                                   

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