"No tengo paz que dar.
No puede haber paz para nosotros...
Sólo miseria o la felicidad más grande"
Anna Karenina
Está claro que Joe Wright no se rinde ante nada al decidir llevar otra de las grandes obras de la literatura clásica al cine. El director
de Orgullo y Prejuicio (2005)
y Expiación (2007)
sigue apostando por explorar la capacidad de amar del ser humano, pero esta vez
con la Rusia imperial como telón de fondo, en la nueva adaptación de la novela
homónima de León Tolstói, Anna Karenina. La historia tiene lugar en el año 1874
y muestra las relaciones entre los miembros de la alta sociedad rusa donde
Anna, esposa del importante funcionario Karenin, decide abandonar a este y a su
hijo para seguir a su amante, el joven y apuesto oficial Vronski.
Son varias las adaptaciones de esta épica historia de amor las
que se han llevado al teatro, la televisión o la gran pantalla, pero sin lugar
a dudas la de Wright es la más atrevida de todas al contar con el dramaturgo y
guionista Tom Stoppard (ganador del Oscar por Shakespeare in Love) para lograr dar ese toque de posmodernidad a
la película. Y es que en esta ocasión, el director elige presentar la historia
como si de una obra de teatro se tratase, a pesar de que esa ruptura con lo
convencional pueda convertirse en un arma de doble filo al desviar la atención
del espectador lejos del foco principal de la trama: la lucha por el amor
verdadero.
Se impone, por lo tanto, la increíble textura fotográfica de
Seamus McGarvey y el virtuosismo con el que se nos muestra el paso de una
escena a otra, entre bambalinas, a través de una coreografía impoluta y
delicada, que fluye sin más, encadenando las distintas tramas y personajes y
manteniendo la continuidad a pesar de saltar constantemente de un escenario a
otro. Todo ello gracias a los arriesgados planos y movimientos de cámara
editados a través del montaje en paralelo que realiza Melanie Ann Oliver
contraponiendo las dos historias de amor presentes en el film, pasando del
teatro, las sombras, la infidelidad, la tragedia y la falsedad que rodean a
Anna, a la vida rural, sencilla, libre y sincera de Levin.
Para el film, Wright vuelve a confiar en su musa, Keira Knightley,
para defender el papel de la protagonista que ya encarnaron actrices de la
talla de Greta Garbo, Vivien Leigh, Jacqueline Bisset y Sophie Marceau.
La Anna que interpreta Knightley es, en ocasiones, menos
pasional y cálida que la que Tolstoi describía en su novela, aún así su finura,
sus elegantes movimientos, su versatilidad y la expresividad de su mirada están
a la altura de la trágica heroína del siglo XIX. Por el contrario AaronTaylor-Johnson no es, ni de lejos, el apuesto y seductor Conde Vronski que
imaginábamos. Al actor de Kick Ass y Albert Nobbs le queda grande un papel
que años atrás hubiera podido representar perfectamente el atractivo, pero aquí
avejentado Jude Law (Alexei Karenin, esposo de Anna), de una manera más
convincente. Matthew Macfadyen (Los pilares de la tierra, Orgullo y prejuicio), otro de los habituales del director, se come la
pantalla en la piel de Oblonsky, el hermano de la protagonista, al igual que
Alicia Vikander (Kitty) y Domhnall Gleesson (Levin) que logran hacerse con el
espectador, poco a poco, dejando a un lado la trama principal imponiéndose
sobre los protagonistas al interpretar, con mayor sentimiento, algunas de las
escenas más memorables del film.
Además, cabe decir que la interpretación de los actores está
bien sustentada por el precioso vestuario de Jacqueline Durran (ganadora del
Oscar 2013 por dicha película), que cautiva y embellece los vaporosos
movimientos de los actores, sobre todo en las escenas de baile. Digna de ver es
la elaborada coreografía de la danza entre Anna y Vronski acompañada por la
música del compositor italiano, incondicional de Wright, Dario Marianelli
(ganador del Oscar en 2007 por la hipnótica banda sonora de Expiación) que sabe expresar, durante
toda la película, el ambiente sofisticado que rodea a la sociedad rusa de
bailes, teatros y óperas.
Este film hará, en definitiva, las delicias de aquellos que
esperen ver una adaptación libre, renovada y mágica de las pasiones humanas a
través de un teatro decadente; un regalo para los sentidos, no así para los más
clasistas que prefieran huir del riesgo y del poder visual, a favor de las líneas
del propio Tolstoi.
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